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La parábola sobre el sembrador





"He aquí el que sembraba salió a sembrar. Y sembrando, parte de la simiente cayó junto al camino; y vinieron las aves, y la comieron. Y parte cayó en pedregales, donde no tenía mucha tierra; y nació luego, porque no tenía profundidad de tierra: Mas en saliendo el sol, se quemó; y secóse, porque no tenía raíz. Y parte cayó en espinas; y las espinas crecieron, y la ahogaron. Y parte cayó en buena tierra, y dió fruto, cuál a ciento, cuál a sesenta, y cuál a treinta. Quien tiene oídos para oír, oiga" (Mat. 13:4-9).

En esta parábola, la palabra camino significa aquella gente que se encuentra en un estado de decadencia moral y la palabra de Dios no puede introducirse en sus corazones: cuando esta palabra cae sobre la superficie de sus conciencias, rápidamente se esfuma de sus memorias sin haberlos interesado y sin haber estimulado en sus almas, sentimientos espirituales más elevados. El suelo pedregal significa la gente de sentimientos inestables, cuyos buenos impulsos no son profundos, así como la capa fina de tierra que cubre la superficie de la piedra. Esta clase de gente por más que en un momento de su vida se hubiera interesado en la verdad evangélica como en algo interesante y nuevo, igual no hubiese sido capaz de sacrificar por esta verdad sus intereses personales, cambiar sus costumbres de la vida y comenzar firmemente a batallar con las tendencias malas. Ya en las primeras pruebas estas personas se desaniman y caen en la tentación. Hablando sobre el suelo espinoso, Jesucristo tenía en cuenta aquellos que están totalmente envueltos en las preocupaciones cotidianas, gente que está interesada únicamente en enriquecerse, y ama los placeres. El ajetreo diario, la carrera por los bienes fantasmagóricos, como la planta espinosa, extingue en ellos todo lo bueno y santo. Finalmente, la gente con un corazón sensible para el bien, siempre está lista para cambiar la vida de acuerdo a la enseñanza de Cristo, asemejándose a la tierra fértil. Habiendo escuchado la palabra de Dios, ellos con firmeza deciden seguirlo y por medio de sus acciones ofrecer buenos frutos, algunos cien, otros en sesenta o treinta veces, cada uno de acuerdo a su capacidad, fuerza y entusiasmo.

Termina el Señor esta parábola con las famosas palabras: "Quien tiene oídos para oír, oiga." Concluyendo la parábola con estas palabras, el Señor llama a la puerta del corazón de cada persona para que ella con atención analice su alma y por medio de este análisis se conozca mejor: ¿Acaso no se asemeja su alma a la tierra infructuosa que está cubierta con plantas espinosas, o sea, los deseos pecaminosos? Si así fuese, no hay que desesperarse! Sabemos que la tierra que no es buena para el sembrado, no debe necesariamente permanecer en una condición irremediable e infructuosa. Sacrificándose diligentemente, el agricultor puede hacer la tierra fértil. De la misma manera, nosotros podemos y debemos remediarnos con el ayuno, arrepentimiento, oración y acciones buenas, para que de una gente espiritualmente perezosa y pecadora, nos convirtamos en gente fiel y virtuosa.

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